07 octubre 2006

Cuadernos de Rusia


Quien busque en los Cuadernos de Rusia alguna tonalidad épica, algún referente a los nuevos sueños imperiales que los españoles de la época alimentaban, acordándose de aquel emergente XVI que nunca volvería, quedará defraudado. El tono de estos cantos es casi estrictamente personal, y sólo se huele algún eco del Yo tenía un camarada cuando Ridruejo (camarada Dionisio) homenajea a sus compañeros caídos. En realidad, la referencia que acude primero a la memoria, al leer estos poemas, es Jorge Guillén. Encontramos aquí idéntica armonía con el mundo, tanto más sorprendente cuanto que se trata del campo de batalla, y la misma expresión contenida, exacta, con algo más de emoción juvenil quizá que en Guillén, pero con igual control de la forma poética. Leyendo después los pormenores biográficos del autor, uno se sorprende de que hubiese visto tanta muerte, de que la gesta rusa le costara la salud y de que como consecuencia de la enfermedad hubiera llegado a pesar treinta y dos kilos. Hay una total ausencia de tonos dramáticos, de desgarro, de preguntas o apelaciones a Dios, de todo eso que uno esperaría en los poemas de un soldado del siglo pasado. Es como si Ridruejo, jovencísimo al fin, se moviese en la guerra como en un elemento natural. La fascinación de la naturaleza, la personal insignificancia en medio de las estepas es aquí lo único que arranca acentos de emoción, que nunca llegan a desbordar la perfección de los versos.

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