24 octubre 2006

La noche


Novela metafísica, novela del deporte... Me quedo con lo segundo. Si esta novela quería ser metafísica, le bastaba a Andrés Bosch quedarse con el epílogo y tirar todo lo demás. El epílogo, en efecto, podría haber sido un magnífico cuento, perfectamente comprensible, pues todo lo demás se halla implícito en él. Ahí está el drama humano, el drama existencial, por otra parte nada iluminador, pues se trata de la necesidad de encontrar un sentido a los días, ya sea el que uno ha soñado o (cuando este se derrumba) el que la propia vida le depara a uno.

En cambio, como novela de deporte, engancha, a pesar de la simplicidad del argumento. Luis Canales es el boxeador, el boxeador como figura literaria o cinematográfica, una cosa tópica donde las haya. Ansias de llegar a la cumbre, tocar la gloria con las manos y caer en lo más hondo, en la noche. Pero Bosch consigue que no bosteces, es más, que le tomes cierto cariño al Canales. Es, en efecto, un tío simpático, simpático por humilde, nada empalagoso en sus ansias de triunfo y nada estridente cuando cae. En realidad, se agradece que se tome el fracaso como se lo toma, con gran estoicismo ya que no con cristianismo (y aquí si uno fuera de Mundo cristiano cabría añadir aquello de que “se echa de menos una apertura a la trascendencia”). Tan solo hay un llanto sereno y escondido en la mesa de masaje. Por cierto: a pesar de que percibes la brutalidad de este deporte, la novela no deja de crear afición al boxeo.

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