25 enero 2007

Deslindando conceptos

... Bien es cierto que la mayoría de las personas, de la mayor parte de los países de la tierra, excluirá para su conducta personal como posibilidades de acción tanto el aborto como la eutanasia. Sin embargo, gran número de las personas que piensan así están dispuestas a tolerar esa conducta en otras personas, o, dicho con más exactitud, a rechazar una proscripción general por la sociedad y por el Estado de esos modos de comportamiento como discriminadora e intolerante.

De ello se deriva una situación enteramente nueva. La tolerancia ya no consiste aquí en resignarse a aceptar una práctica sobre cuya reprobabilidad existe un consenso general, pero a cuyos defensores se deja actuar para no poner en peligro valores superiores, sino que en cierto sentido se convierte en la aceptación de modos de comportamiento que para nosotros mismos nunca entrarían en consideración, pero que, sin embargo, deseamos conceder a otros como una alternativa de acción perfectamente legítima. Es claro que tal forma de “tolerancia” –en realidad es mucho más que mera tolerancia—no puede dejar de tener grandes consecuencias en el sistema jurídico, y también en el modo de pensar y de sentir de las personas, y por ello en las estructuras básicas psicosociales de toda una sociedad, pues no es tolerancia, sino, en último término, reconocimiento.

Martin Rhonheimer, Ética de la procreación

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