26 enero 2007

La aventura equinoccial de Lope de Aguirre

Con palabras de Cela, podríamos decir que este libro está escrito "sin caridad, como la vida misma discurre". No hay en Sender simpatías ni antipatías. Sólo un documento acerca de cómo, por más que un hombre se proponga grandes empresas, termina destruyéndose a sí mismo y a los demás. Es la visión del autor, claro. Y, como hombre muy de su tiempo, parece decantarse hacia aquel que reconoce su condición sin plantearse la posibilidad de la bondad. Aguirre admite ser bellaco y traidor, pero "al bellaco le está permitido todo si es dueño de su bellaquería" y no su esclavo, es decir, si es animoso. El superhombre. Con todo, no está exento Aguirre de hipocresía, pues más de una vez intenta justificar lo injustificable en nombre de una supuesta justicia. Y no se entiende que Pedrarias, el discreto, el culto, dé la razón a su jefe cuando se escuda en que "más gente ha matado Felipe II". No se entiende, claro, si no se ve que Pedrarias es el más autor de los personajes, hombre del siglo XX, desengañado y abúlico, que simplemente observa todo con interés sin tratar de tomar partido: ¿qué es la verdad? Escéptico también ante la autoridad, pues lo es sobre sus fundamentos, no distingue entre los crímenes arbitrarios de un megalómano y la justicia del rey, dejando aparte que en esta también se diesen arbitrariedades.

Superhombre nietzscheano, utopista del XVIII, político delirante del XX, en Aguirre hay todo eso, y mucho también del moderno terrorista. ¿Fue una advertencia de Sender, en 1962?


Nota redactada en julio del 2000

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