14 febrero 2007

Exasperación de la estupidez

"... Y hay que añadir también aquí el fenómeno de los jóvenes airados que se desmayan o se rompen el cráneo a silletazos escuchando cantar a los ídolos sonoros. Ante tal exasperación de la estupidez, que se ha hecho masiva, y que es igual que la de los mayores sino que expresada de distinta manera, rebelión sin rebeldes, hay que preguntarse si pertenece al futuro o al pasado. De todas maneras, estos agitadores acaban por casarse, obtener un diploma y calmarse, o sea por envejecer. Y es descorazonador ver esto, porque, entre esos millares de violentos gritadores, ¿quién tendrá mañana el valor de permanecer hasta el fin fiel a sí mismo y de morir en clochard o en emigrado rimbaudiano? Lo que no deja de impresionar en esta explosión de golpes y de gritos es la belleza gratuita de su libertad -completamente aparente en definitiva- inscrita sobre el fondo triste y cretinizante de nuestras ciudades más iluminadas. Estos jóvenes apenas formados, tontos como leños, o inteligentes por instinto y herencia, no aceptan nada de lo que constituye nuestros asideros más burguesamente sagrados. Al mismo tiempo, ayudan a vivir a los fabricantes de discos, de whisky y de pantalones blue-jeans, a los propietarios de bodegas y de boites, a los guitarristas y a los pillos. Su revolución engrosa numerosas cuentas bancarias y hace florecer a obesos sexagenarios. La revolución sin objetivo preciso, desprovista de espíritu, no puede disponer más que de aperturas sobre el vacío. Sería preciso fomentar una revolución contra esta revolución. Pero, ¿quién sería capaz de ello a los dieciocho años, la edad del conformismo que se ignora?

Vintila Horia, Diario de un campesino del Danubio


Esto, hace cuarenta años. Ahí están ahora, de fiscales, de ministros, de directores de bibliotecas, progres burgueses. La abominación de la desolación.