07 febrero 2007

Historiadores.

Es sumamente difícil penetrar el misterio, dar con la clave última de por qué un grupo de historiadores, en trance de seleccionar los cien personajes más influyentes de la historia (La aventura de la historia, nº 100), omiten ruidosamente a Jesucristo. Ni el 1 ni el 2, ni el 11, ni el 99. Nada. Mahoma en el 6, Pablo Iglesias en el 54.

La simple deshonestidad intelectual no sirve para explicar el disparate. La mala fe es más sutil.

La solución se encuentra quizá en la propia revista, en la foto de grupo de los historiadores responsables de la selección. Esas caras reflejan una tara fundamental, aterradora, que al principio puede recordar a algunos retratos velazqueños o a algún personaje de Mario Camus, pero es más profunda, más de orden espiritual.

Así, después de Azarías o de Calabacillas, me vino a la mente La rebelión de las masas: "en rigor, dentro de cada clase social hay masa y minoría auténticas". Aquellos historiadores eran masa, más: rebaño. Pertenecen a esa clase de hombres que es feliz cuando piensa a favor de corriente, que hace un triunfo personal de la renuncia a pensar por cuenta propia; que tiemblan ante la idea de disgustar al mandamás o de ser señalados como incorrectos.

Es una simple impresión personal, claro. Y puede que a ellos no les gustase, pero...