09 febrero 2007

Lo racional no es lo real

Marguerite Duras decía algo así como que Sartre no escribía, sino que daba doctrina. Francisco Ayala, en su artículo El escritor y el cine, parece glosar esta idea a propósito de un film sobre novela del filósofo francés:

... [las obras literarias de Sartre], excelentes casi siempre en sus materiales, bien construidas, bien redactadas y, por supuesto, originales en cuanto a la concepción ideológica que las organiza, pero en las que suele faltar la necesidad interior de la vida que estilizan, sustituida por la necesidad externa -sí, externa aunque rigurosa- que deriva de su pensamiento-clave. Y el hecho de que esa arquitectura mental, la filosofía de Sartre, insista como insiste de modo tan primordial sobre el momento de la libertad, de la decisión por parte del sujeto viviente, hace extrañar más aún el carácter de ejemplos -muy sagaces, brillantísimos- o ilustraciones de su teoría que tienen las peripecias encomendadas a sus personajes, cuya significación en esas admirables alegorías se reduce a ser portadores idóneos de la demostración intentada, de igual manera que las piezas del ajedrez, distintas entre sí, no tienen, a pesar de ello, otra individualidad que la conferida a cada una por el repertorio de posibilidades que en cada posición derivan de las reglas del juego. En Les jeux son faits esta común falta de propia sustancia, por la que se hace difícil imaginar a ningún personaje sartreano fuera de sus circunstancias y desprendido del particular problema donde actúa, toca, creo, al extremo: ni Eve es ahí Eve, sino la señora burguesa típica de un determinado ambiente, fecha y situación; ni Pierre es Pierre, sino un obrero revolucionario no menos genérico [...] Y lo notable es que esta carencia de un núcleo personal intuible en las figuras suscitadas por Sartre, tal como alcanzaría a concretarlo un escritor más artista que filósofo, desvirtúa su filosofía, en vez de confirmarla, al sustraer de la vista del público el momento cardinal de la decisión libre, que libremente ha de emanar de un personaje "viviente" y "autónomo". En la película comentada, los protagonistas se encuentran tan engagés por su vida respectiva, que aun yéndoles ella en el juego no son capaces de romper el compromiso; con lo cual el equilibrio de la existencia humana, siempre roto y de nuevo restablecido por las continuas decisiones vitales de sus portadores, cede el puesto a un inerte determinismo de las circunstancias, origen de ese regusto amargo que la película deja.

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