No sé quién dijo aquello de que "la verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo". De chico me encantaba la frase. Hoy sustituiría
la verdad por
la conciencia. Toda conciencia violentada necesita un tranquilizante, que puede ser más o menos eficaz, más o menos peregrino. Las conciencias enfermas de los gobernantes se traducen a veces en leyes extrañas que acaban sufriendo otros; por ejemplo, los apacibles gustadores del fruto de la vid, o los que saborean el tabaco sin dependencia.