23 noviembre 2007

La vida política española sigue gravitando en torno a Franco.


Se diría un juego que consistiera en evitar a toda costa un coco con el nombre del caudillo, y el que lo rozara perdiera, ante el alborozo del adversario. Los medios, por su parte, actuarían como jaleadores, gritando caliente o frío. Difícil es hallar un día en que ninguna columna periodística se refiera de algún modo a Franco o al franquismo.

Hace poco, alguien se refería a las relaciones exteriores del gobierno Z evocando las buenas relaciones entre Franco y Fidel Castro. Normal: "todo quedaba entre dictadores". Pero tú, presidente de un gobierno democrático...

Eso me hizo recordar que Gonzalo Redondo (por cierto, compañero de universidad del firmante), en su monumental e inconclusa obra sobre el franquismo, afirmaba que este no fue una dictadura, sino un típico régimen tradicionalista. Por mi parte añadiría que el de Fidel tampoco, sino un típico régimen de socialismo real. Ambos pueden tener alguna coincidencia, como la ausencia de partidos o la marginación de la sociedad civil, pero sobre sus respectivos resultados en el orden social y humano hablen las diferentes evoluciones posteriores de España y del bloque soviético.

Claro que estas distinciones quizá sean demasiado sutiles para los toscos esquemas que impuso la transición. De esos esquemas sigue viviendo la izquierda española, y permiten que una punta de degenerados se vea alzada, desde el punto de vista moral, sobre "la espada más limpia de Europa", que dijo Pétain.