01 noviembre 2007

Once


Decía Ricardo Piglia que el cráter, la clave de la eficacia de un relato breve está en el punto de encuentro de dos historias, de las cuales una se nos cuenta y otra se deja a nuestra intuición. Quizá sea exagerado, pero algo tiene que ver esto con lo que Vargas Llosa llamaba el dato escondido, algún elemento de la historia que no se nos dice claramente. Alguno de los mejores relatos de esta colección de Patricia Highsmith se basa en esa técnica: es el caso de "La heroína", donde vamos poco a poco atisbando la enfermedad de la protagonista, hasta que algún hecho confirma nuestras sospechas, pero de un modo brusco y que no esperábamos. De algún modo el dato escondido nos hace despertar la tensión, nos pone en situación de esperar algo raro, como en esos trenes de feria que te meten por recovecos oscuros.


También podríamos describir su técnica como el desvelarnos poco a poco un paisaje que al principio se muestra apacible para después, pasando del primer plano al plano general, desasosegarnos con la presencia de algo que "no debería estar ahí", hasta que nuestra inquietud se vuelve desolación al contemplar todo el cuadro. Todos los cuentos de este volumen se resuelven, sí, en desesperanza, al quitarnos progresivamente las posibilidades de que algo pueda terminar bien. A veces el desenlace no existe, y la primitiva decepción que sufre nuestra curiosidad se transmuta en la conciencia de que esa falta de un final es aún más desoladora que, por ejemplo, el horrible fin del profesor Clavering.


Nota redactada en julio de 2001.