29 enero 2008

La desheredada


La desheredada es un alarde, y por eso me gusta. Es un alarde de técnica narrativa. También de técnicas narrativas, pero no lo he dicho porque no es un simple acumular de monólogos interiores, estilos indirectos libres y demás zarandajas. Galdós sabe bien cuándo conviene cambiar el punto de vista, pasar al diálogo teatral, intercalar un discurso..., sorprendiéndonos continuamente sin abandonar el centro de atención, la figura, la Isidora Rufete que es su argumento central.

Porque La desheredada es también un señor novelón del XIX, un drama apabullante, en este caso un drama de personaje: de cómo Isidora Rufete se busca la ruina consciente y tenazmente por su esclavitud a una pasión. Isidora es víctima de su manía de grandeza. Estamos ante una anoréxica del clasismo. Hay un cierto condicionamiento social, no cabe duda, y quizá por ello se ha hablado de novela naturalista. Las mismas manías sociales que llevan hoy a la enfermedad y a la muerte a esas chicas obsesionadas con la delgadez ocasionen la perdición de Isidora. Esta es incapaz de renunciar a su espejismo de creerse hija natural de una aristócrata y heredera de su fortuna, y por conseguir ese reconocimiento es capaz de amancebarse y humillarse hasta lo indecible sin darse cuenta. El aparente desenfado del narrador no hace sino resaltar más (y es otro mérito) la tragedia de esta existencia, lo patético de esta autodestrucción.


Nota redactada en abril del 2007.

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