14 febrero 2008

La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez


En sus últimos años don Miguel no podía ya dejar de dar vueltas a sus obsesiones sobre la vida, a su religiosidad trágica. La palabra novela incluida en el título está ahí con toda la intención: no hay nada novelesco aquí, porque el propio autor-narrador se encarga, encima, de evitarlo. ¿Por qué muere el hijo de don Sandalio? No quiero saberlo. ¿Por qué meten en la cárcel a don Sandalio? No me importa. Ya hay suficiente novela, nos dice el corresponsal (la forma es epistolar) con la propia presencia de don Sandalio en esta vida. "No quiero problemas de ajedrez. Son suficientes los que presenta la propia partida". No se preocupa Unamuno, pues, lo más mínimo, de disimular los símbolos. La propia partida, la propia vida es ya suficiente problema. Don Sandalio experimentaba de modo intenso su vida, no llenándola de sucesos, sino sufriéndola, aguzando al máximo su conciencia de estar vivo, su conciencia trágica. Eso es, para Unamuno, mover con soltura las piezas del tablero, ejecutar la partida como una pieza musical. Y es don Sandalio quien despierta esa conciencia trágica en el narrador su contrincante, que ya estaba preparado para ello por su temperamento: veía, como dos personajes de Flaubert, la tontería humana y no la podía tolerar. Tontería que, por supuesto, en Unamuno equivale a despreocupación. Qué pena que cayera en la tentación de explicarnos la parábola, en el prólogo y en el epílogo. ¿Tan tontos nos cree?


Nota redactda en junio de 1999.