18 marzo 2008

Hay recreaciones históricas


que llevan a personajes del pasado formas contemporáneas de pensar y de sentir. Lo hizo conscientemente Buero Vallejo en Las Meninas, con Velázquez; lo hizo Antonio Gala en Anillos para una dama, con doña Jimena; lo hacen de modo mucho más torpe Ken Follett y sus imitadores. Y, a la hora de abordar estas obras, el lector tiene que ir prevenido para ese juego literario (o esa trampa, en el caso de los folletes).


No vi nada de eso en el Santa Juana de G. Bernard Shaw. Por eso me sorprende que su editor afirme que Juana de Arco "ataca al Estado feudal y a la Iglesia católica" y que el personaje le sirve a Shaw para encarnar "la lucha coyuntural del movimiento feminista". La historia pudo ser o no como la cuenta el dramaturgo británico, pero, desde luego, y gracias a Dios, su personaje dista mucho de ser una Simone de Beauvoir o una Victoria Kent. Otra cosa son las intenciones, y, de hecho, el propio Shaw hablaba de Juana como de una precursora de la Reforma. Pero eso tampoco está el el drama, a no ser que se confunda a la Iglesia católica con unos coyunturales (y corruptos) funcionarios eclesíásticos.