24 marzo 2008

Oblomov


Tarda, pardiez, en arrancar Goncharov con la novela. Casi toda la primera parte, o sin casi, se dedica a mostrarnos lo terriblemente vago que es su protagonista. Será intencionado, digo yo, querrá que lo sintamos, aparte de leerlo. En verdad, se nos transmite la monotonía de la vida de Oblomov. Y es que claro, Oblomov es la figura de todo un especimen humano que habitó la tierra cuando la aristocracia había perdido su razón de ser y no sabía a qué dedicarse, ni tampoco quería hacer otra cosa que lo que había sido la vida de sus mayores. Esa que tan vivamente nos pinta el autor en el largo "sueño de Oblomov". Frente a él, el hombre activo, el emprendedor, el burgués tal vez, que se estrella contra una roca en sus intentos de sacar a su amigo del marasmo. Lo curioso es que si tratas de ver por quién toma partido Goncharov, no lograrás nada. Está claro, el oblomovismo sale mal parado, la vida desaprovechada del protagonista acaba causándonos pena. Pero, ¿está el autor totalmente con Shtolz cuando dice que es una vida perdida? Difícil aclararlo, porque también la crítica que realiza Oblomov a la sociedad mundana de su tiempo es ajustada en implacable.

Novela grande, sí, y no lo digo por el tamaño. De esas que te hacen ver que tú nunca serás un novelista. En concreto, resulta inconmensurable la crónica de los sentimientos entre Oblomov (Iliá Ilich) y Olga, entre Olga y Shtolz, entre Oblomov y Agafia. Asusta, de verdad.

Nota redactada en enero del 2006

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