21 marzo 2008

Victoria


Repaso estos días la Vida de Cristo de Fray Justo Pérez de Urbel, la mejor de las que conozco (salvando, claro, los Evangelios), por su fondo y por su forma, documentada y de impecable estilo. Es también un buen libro de meditación sobre la Pasión:


El centurión hacía caracolear su bestia sobre las peñas y los arbustos. Grave y benigno se había mostrado durante aquellas horas. Había mantenido el orden y cumplido con su deber, no sin cierta inquietud interior. Aquel hombre le turbaba, como a su amo el procurador, aunque tenía la satisfacción de no haber sido cruel con Él. Cuando el Crucificado murmuró: "Tengo sed", hizo una señal a uno de los soldados, indicándole la cantimplora donde estaba la posca, una mixtura de agua y de vinagre que usaban los legionarios durante las horas de la vela. El soldado corrió, empapó una esponja en el líquido, la sujetó al asta de una lanza y la llevó a la boca de Jesús. Jesús, que poco antes había rechazado el vino con mirra, lo aceptó para que se cumpliesen las palabras ya citadas del real profeta. Pero la acción piadosa del legionario debió desagradar a algunos de los que antes habían recordado a Elías, pues intentaron disuadirle, diciendo: "Deja; veamos si viene Elías a salvarle." Inmediatamente añadió Jesús: "Todo está consumado." Todo estaba consumado. Había bebido el cáliz hasta las heces; la voluntad del Padre estaba cumplida; quedaba destruido el pecado; la víctima era perfecta, la satisfacción infinita. La alegría de la victoria ilumina al vencedor; ya no gime, ya no suspira. Recogiendo todas sus fuerzas, pronuncia estas palabras: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" E inclinando la cabeza expiró. Era la hora de nona, las tres de la tarde.