27 junio 2008

No soy futbolero,

pero me gustaría serlo, porque la mayoría de los aficionados al fútbol que conozco son tíos excelentes. Y le deseo lo mejor a la selección española, y me alegro por el juego de maestros que, al parecer, están desplegando.

Pero esos gritos de España, esa patriotería futbolera... no puedo evitarlo, me subleva. España no son once deportistas en un terreno de juego. España 2008 es la que se ha ido de Irak a la orden de los terroristas, la que ha validado (9 de marzo) el chalaneo con ETA a cambio de la tranquilidad, la que se arrodilla ante unos piratas somalíes, la que bendice el choteo de los homosexuales con el matrimonio, la que...

La que está en el palco, en suma. La que asoma su fea cara por el palco, su cara degenerada y traidora. Y a ese palco lo han alzado muchos de los que dan saltitos y corean España como si acabáramos de volver de Lepanto. Así que disculpen que no me sume a los gritos. Si hay que firmar para agradecer a la selección su buen hacer, aquí me tienen.

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