23 febrero 2009

En efecto, como decía Bécquer,

el carnaval cuenta cada vez con menos “prosélitos” (adeptos, quiso decir tal vez). Aquí lo resucitó por unos años la efervescencia de la transición, ansiosa por recobrar todo aquello a lo que el régimen anterior había puesto mala cara. Pero ahora, en Castilla al menos, sólo se ve a los niños con su correspondiente disfraz. Tal vez en las llamadas zonas de marcha tengan aún su feudo las mascaradas.

Me dicen que Benedicto XVI ha dirigido una meditación sobre el Carnaval. No la encuentro en su página, pero al parecer definió estas fiestas como una mezcla de elementos paganos, judíos y cristianos, estos últimos relacionados evidentemente con la Cuaresma y las carnestolendas, y también con la redención, pues en el carnaval nos burlamos de los demonios que antes de Cristo tanto nos atemorizaban. ¡Es admirable! Otros aquí, como siempre, burlándonos de la zarrapastra carnavalera, y el Papa, en su línea, viendo el aspecto positivo de la cuestión, accentuate the positive, como canta Al Jarreau.

Pensaba cachondearme de Paco Ibáñez en el homenaje a Machado, con su careta natural, imagen de lo que ha llegado a ser el progresismo, y su bufanda roja. Pero ante la lección del Papa, me callo. Lean a Machado y únanse a mi esperanza de que finalmente encontrase a Dios entre la niebla.

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