25 julio 2009

Santiago, ese tabú


Durante la posguerra mundial existió algo llamado reeducación: fue la idea de que el pueblo alemán debía pensarse de nuevo a sí mismo, renunciando a su pasado, pues en él estaban contenidos los gérmenes de lo que llegó a ser el nazismo. Toda manifestación de germanofilia fue por ello mirada con recelo e incluso combatida.

Impulsado por los vencedores de la guerra, fue un proceso que benefició sobre todo a la izquierda, pues, por un lado, permitió correr un velo sobre los crímenes del comunismo; pero, además, el pensamiento que más a mano tenían los alemanes para reinventarse era el neomarxismo de los Adorno, Marcuse y demás.

Ver a esta luz la política española del posfranquismo resulta esclarecedor. En este caso, la izquierda no ha sido sólo la beneficiaria, sino la impulsora de una reeducación de los españoles en la que el fantasma de Franco y el franquismo venía a representar el papel de Hitler en el caso europeo. Si a España no la había de reconocer ni la madre que la parió, en frase textual del más guay de sus reeducadores, todos los mitos hispánicos que el franquismo hizo suyos habían de acompañarle a la gehenna de la historia, igual que todo lo germánico había de ser enterrado con Hitler. El modo vergonzante en que España trata hoy a su Santo Patrono, arrinconado en una autonomía y privado de su condición de fiesta nacional, entra de lleno en esa lógica. Y lo triste es que la derecha, política y social, se ha sumado al experimento con la cabeza gacha, exactamente como el pueblo alemán cuya culpa colectiva no dejó de ser cebada por los vencedores, e ignorando que fue ella, la derecha, quien venció al totalitarismo con las armas y quien, a la postre, trajo la democracia.
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