16 septiembre 2009

Nunca me abandones


Huxley y Orwell enseñan desde un principio sus cartas y nos enseñan el horror en todos sus detalles, y a los seres humanos como moscas en la tela de araña del totalitarismo, de la deshumanización. La impresión que uno recibe con esta novela de Kazuo Ishiguro es de hallarse ante un narrador mucho más artista, que deja en mantillas a estos predecesores en lo que a sutileza se refiere. Ishiguro dosifica el horror: nos lo hace intuir sin que lleguemos a creernos del todo lo que nos está insinuando, hasta que no tenemos más remedio que admitirlo. Y lo consigue a base de presentar a los protagonistas como auténticos seres humanos, con los deseos, temores, afectos, propios de cada hombre y de cada mujer. Ir descubriendo, a medida que pasamos las páginas, que ninguno ha tenido padres, que no tendrán una profesión, ni un amor, ni hijos, es lo que aterroriza y lo que confiere a esta obra su importancia y su actualidad en un momento en que los bebés-medicamento son ya un hecho del que se habla en los periódicos. Y, sin embargo, cuando terminas la lectura te das cuenta de que el alcance de la novela puede ser mucho mayor, hasta adquirir dimensiones de parábola.

Nota redactada en marzo del 2009

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