29 octubre 2009

Pablo y Virginia


Decididamente, el XVIII fue el siglo de los ingenuos. Pablo y Virginia son unos adolescentes angelicales, preservados del mal por la naturaleza y capaces de morir de amor, un amor que, por supuesto, nunca es carnal. A pesar de los esfuerzos de la editora, María Luisa Guerrero, es una novela que hoy no levantaría pasiones sino carcajadas, y se justifica su inclusión en el Depósito de la biblioteca de donde lo he sacado. Queda como testimonio, eso sí, de la filosofía de una época, de la época del prerromanticismo, ingenuo, como digo, y llorón.

Resulta que dos mujeres van a parar a la Isla de Francia (actual Mauricio) con dos tragedias diferentes. La una, Margarita, madre de Pablo, ha sido abandonada por su seductor; la otra, señora de La Tour, ha enviudado con una hija, Virginia. Los dos chicos crecen como hermanos, en una naturaleza idílica, alejados de todo mal pensamiento, alejados de ese siglo malvado que sus madres han dejado atrás. Es curioso, nos aparece aquí un tipo de familia alternativa de esas que tanto gustan a los progres de hoy: nada menos que dos madres. Y además nunca riñen ni nada parecido.

El caso es que ambos muchachos tienen ocasión de demostrar su virtud ayudándose a sí mismos (cómo me reí con aquello de Pablo llevando a cuestas a Virginia por el bosque, descalzo y en medio de una tempestad) y a los demás. Y al final Virginia morirá por culpa del mundo canalla, en otra tempestad. Quizá lo que más valga sea el discurso del vecino, al final.


Nota redactada en mayo del 2002. No se entienda que me muestro escéptico sobre la virtud ni sobre la pureza de una relación amorosa. Lo que critico es el rousseaunianismo de la obra, o sea, que eso, aquí, lo da la naturaleza, y no la educación ni el autodominio.

Por cierto, el autor es Bernardin de Saint-Pierre


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