26 junio 2010

Anhelaban ser marcados con un solo nombre

... todos nosotros fuimos a una escuela rural en los primeros años, y todos hemos plantado árboles en ese tiempo, ¿te acuerdas, Tesa? Llevaban atado nuestro nombre inscrito en una tablilla de madera, y los cuidábamos. Nos explicaban que así hacíamos que el aire fuera más puro, que los pájaros pudieran hacer allí sus nidos y cantar en sus ramas, que darían sombra y deleite, y de su madera se harían mesas, sillas, camas, cunas y ataúdes, o que daría frutos espléndidos; y que, si alguno moría, en fin, tendríamos que plantar otro en su lugar, y cuidarlo más aún. Y así había sido siempre, explicó el señor juez, pero que luego, en este tiempo nuestro ya no era lo mismo. En cuanto florecieron el cornezuelo y el lenguaje chin, naciones enteras eran las que se ceñían con una sola tablilla y un solo nombre, y árboles, pájaros, sombras y todo lo existente, también los hombres, las mujeres y los niños, sólo anhelaban ser marcados. Allá lejos, en China -aunque sólo era un ejemplo-, no sólo cuando se sembraban árboles, sino cuando las espigas de las mieses apuntaban, se ponía un letrero en una de ellas con el nombre del presidente Mao, y luego se la seguía en su crecimiento, comunicando a Pekín que crecía el doble o triple que las otras espigas; y, cuando se segaba, también se comunicaba que era una única espiga de mil granos, aunque todas las otras espigas habían dado cincuenta, como en el mundo entero nunca se había visto hasta la Revolución. Porque esa era la verdad. Sólo los privados del ejercicio de su mente, y los enemigos del pueblo, podían dejar de verlo.

-Así es el totalitarismo, efectivamente -comenté.


-No le estoy hablando de política, sino de cultura y del lenguaje chin, el lenguaje que se empleaba para comunicar lo que ocurría con la espiga, y hablar de lo que no veían; y, en España y otras partes de Europa, hace tiempo que se viene hablando en
chin, y ya se piensa en chin. Sobre todo en las instituciones de enseñanza, entre nosotros.

En Carta de Tesa, de José Jimenez Lozano

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