14 junio 2010

La Generación del 98


Efectivamente, Castilla es, ante todo, cielo, cielo abierto y cambiante. A unos los deprime y a otros les inspira páginas inmortales, pero a nadie deja indiferente, esto parece claro; tampoco a Pedro Laín Entralgo, que, sabedor de sus dotes con la pluma, no resiste la tentación de echar su cuarto a espadas, al final de su ensayo, recogiendo sus propias impresiones de la Meseta: "ahora es el cielo protagonista del paisaje, y la tierra... se limita a la servidumbre de darle silueta y marco". Leyendo páginas así se comprende el lugar que han reservado a Laín los libros de texto. La altura la mantiene a lo largo del extenso tomo y, aunque en ocasiones resulte algo engolado para el gusto de hoy, no deja de ser una delicia. Y lo curioso es que no abandona la apariencia de una argumentación, hasta el punto de que se permite terminar con un "quod erat demonstrandum". Lo abrumador de las citas coopera también para dejarnos la impresión de que, en efecto, el investigador ha demostrado con creces una tesis: la existencia de la Generación del 98. Uno termina convencido, sí, de que fue Pedro Laín el inventor del "mito del 98", por más que fuese Azorín quien le diera el nombre. Mucho se ha afanado después la crítica para desmontar ese mito; se ha afanado con insistencia sospechosa. Y es que la cuestión tiene fuertes implicaciones ideológicas: ¿qué puede surgir en la vida política española con apoyo en ese mito? Esa es toda la almendra de la polémica.

Nota redactada en abril del 2001

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