25 enero 2011

El peregrino de la estrella


No le habían hecho falta sus parlamentos filosóficos, absolutamente superfluos, para que le hubiéramos entendido: Jack London cree en la inmortalidad del alma (el espíritu, como él dice) pero no en la otra vida, no en la absolutamente otra vida, es decir, en el cielo o el infierno cristianos; eso le lleva a aceptar la reencarnación. Pero no es que esta novela sea una apología de la reencarnación. Es una apología de la superioridad del espíritu, pero sin aceptar la noción de premio o castigo eternos, y sí afirmando la eternidad de la vida tal como la conocemos a este lado. Hay un auténtico entusiasmo en London cuando pone de relieve la superioridad de los hombres de espíritu sobre los demás. Las sucesivas encarnaciones del que al presente es Darrell Standing ("de pie"), condenado a muerte en la prisión Folsom, no son sino muestras de esa superioridad, la del hombre que lucha por afirmar su vida frente a quien intenta arrebatársela, y esa lucha tiene como premio el volver a vivir en la piel de otro hombre fuerte. Se advierte fascinación en la pintura que hace London de la barbarie: si hemos de matar y morir, parece decirnos, que sea sin intermedio de leyes, de estados, de artificios hipócritas. Podría ser este, pues, un libro de culto para los llamados fascistas esotéricos o derechistas paganos, por encima de sus méritos o deméritos como novela.

Nota redactada en marzo de 1999. La edición que leí titulaba "la estrella". Otras traducen "de las estrellas", como la de la imagan. El título original es The star rover, que yo traduciría como "El vagabundo estelar"

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