07 marzo 2011

Las ocas blancas


Pocas veces me lo han puesto tan difícil con una novela. Cuando una prosa como esta, densa, lacónica, a ratos críptica y llena de sobreentendidos, se aplica a un tema en apariencia de bajos vuelos, como las relaciones amistosas y sentimentales de unas niñas bien, resulta penoso seguir adelante. La autora lo sabe e ironiza: "al lector, si tengo alguno". De hecho, Paulina Crusat ha sido dejada de lado en casi todos los manuales. A quién se le ocurre, en plena vigencia del realismo de la berza, escribir a lo Proust sobre unas niñas casaderas de la alta burguesía.

Hay algo que te invita a seguir, no obstante, y es la calidad de la escritura: pulcra, elegante hasta lo abrumador, alcanza cotas rara vez vistas en la novela española. Y acabas descubriendo que está ahí, por encima de los devaneos sentimentales, el dolor de vivir, el miedo al futuro, la pesadez de la existencia. Un toque de desesperanza hay, sí, en esta narrativa, que se mueve en una línea estrictamente psicológica, sin cruzar nunca la frontera de lo religioso ni de lo venéreo, pero con una sorprendente profundidad. Una mención a los editores (Visor-Comunidad de Madrid), que han machacado el texto sin piedad a fuerza de bailar comas, puntos y bastantes letras.

Nota redactada en julio del 2010

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