22 noviembre 2011

La metáfora inacabada


Lo que me incomoda de las últimas novelas de Antonio Prieto es lo ramplón de sus personajes. Y ahora que lo escribo, pienso que la mitad (o más) de las novelas de los últimos cien años (o más) tienen protagonistas ramplones. Pero no sé, veo en los de Prieto una tendencia a someterse, de modo un tanto paleto, a los usos actuales en materia familiar-sexual, que me resulta bastante antipática. Lo que no es nuevo es que su concepción del amor, anclada en lo más superficial del mundo clásico grecolatino, vaya siempre por debajo de sus disquisiciones sobre el tiempo, la memoria y la identidad. En esta novela, esa diferencia resulta aún más acusada.

Su prosa, desde luego, no pierde puntos. Es una delicia recorrer estos párrafos llenos de una serena melancolía, que denuncian a las claras las abundantes lecturas clásicas de su autor. Cualquiera de ellos serviría como modelo para una clase de escritura literaria.

En esta ocasión nos encontramos a un tal Gabriel, fracasado en su matrimonio, que retirado en su marítimo pueblo natal busca la manera de anular el tiempo recuperando a un antiguo amor, lo que acabará revelándose como imposible, también a causa de ese cambio en los usos amorosos (o, mejor dicho, en el modo de percibir los eternos usos amorosos) dentro de un mundo que no para de "evolucionar". Son fundamentales los diálogos con dos interlocutores: el viejo Francisco y el desorientado Alberto, otro fracaso vital, cuyos interminables paseos a través de las colinas dan pie a esa metáfora de la que habla el título.

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