12 abril 2012

Arturo Pérez


Bien, ya estamos otra vez, que si Pérez-Reverte ha dicho o ha dejado de decir. Y ya debería valernos, porque Pérez-Reverte lleva veinte años escribiendo el mismo artículo con este tema: he aquí yo. O, mejor dicho, mi yo promocional, porque hay plumíferos que se venden a sí mismos junto con sus libros. Lo hicieron Cela y Umbral, lo hacen Sánchez Dragó y Almudena Grandes. Y, en Pérez-Reverte, el insulto forma parte de esa imagen: porque yo me he curtido entre gente de mal vivir, ruda y elemental, y se me ha pegado su lenguaje y su desprecio por las hipocresías de la civilización. Es un personaje políticamente incorrecto ma non troppo para quien el clero, y los cristianos en general, son una diana fácil, porque no responderán con pólvora sino con argumentos, y yo me río de los argumentos, que tan poco tienen que ver con la puñetera vida. Sí, pero también pesa en él la tradición del jaque hispánico, del miles gloriosus (del chuloputas, que podría decir él mismo). Pero este valentón no repudia a los homosexuales, sino que se erige en su primo de zumosol: yo he conocido a muchos de esos maricones que toman por el culo como quien aborda un bergantín o juega a la ruleta rusa; son más auténticos que toda esa clerigalla venenosa. La música es vieja y ya empalaga. No hablemos más de él, sino míralo y pasa. Y si te gustan sus novelas, las lees y en paz.

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