23 abril 2012

Grandes esperanzas


La señorita Havisham es uno de los personajes más siniestros de Dickens y a la vez uno de los más dignos de compasión. "No se puede pedir a un hombre que sea justo cuando se ha destrozado su vida entera", concluía Ellery Queen una de sus novelas, en que el asesino era la novia del amigo. La atmósfera en que se recluye la señorita Havisham, con el tiempo detenido, el enmohecido pastel de boda, la oscuridad, los bicharracos, todo eso que da un aire de novela gótica a Grandes esperanzas, es secundario en comparación con el terror que inspira una mujer que dedica su vida a educar a una niña para que rompa el corazón a los hombres. El propio Dickens se adelantó a sus exegetas cuando la definió como arruinada "por la vanidad del dolor, que había sido su principal manía, como la vanidad de la penitencia, del remordimiento y de la indignidad". Su castigo es la amargura producida por la venganza.

Pero Estella, la niña cruel, es para Pip lo que aquel aguijón o ángel de Satanás que afligía a san Pablo para que no se enorgulleciera. El amor de él y los desdenes de ella consiguen que Pip no se convierta en un engreído insoportable al estilo Drummle. Ya podían haberle enseñado al traductor que cuando unos ingleses se llaman por el nombre de pila se están tuteando. ¡Qué agonía, oírles llamarse de usted todo el rato!

Grandes esperanzas: el título más irónico de Dickens, probablemente. Bien es verdad que queda abierta la puerta de la felicidad. Mucho tenía que haber cambiado Dickens para que sucediera lo contrario.




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