07 junio 2012

Ray Bradbury

Me pareció un buen nombre para algún personaje de mis historietas, las que dibujaba de pequeño, aunque creo que no llegué a utilizarlo. Sacaba los nombres, entre otros lugares, de las firmas que veía en las antologías de lecturas que la editorial Edelvives ponía a disposición de los escolares de EGB. Allí aparecía un fragmento que creo que sería de las Crónicas marcianas, aunque maldito lo que recuerdo de él. Aún no he leído las Crónicas, pero sí el Farenheit. Eso sí, nunca me acuerdo del número de tres cifras que acompaña el título. Otro recuerdo que tengo de Bradbury es la ocurrencia de alguien según la cual, de los tres mayores escritores de ciencia-ficción, Asimov sería el científico, Clarke el metafísico y Bradbury el poeta. Ahora que lo pienso, creo que sólo he leído una obra de cada uno de ellos.

El propio Bradbury ya se encargó de decir que si de verdad quería evitarse que la gente leyera libros, sería mejor quitarles las ganas que andar quemando bibliotecas. En eso están, e incluso puede que con ese procedimiento acaben también con los hombres-libro, porque nadie creerá necesario salvar la literatura mediante la memoria. Lo de los hombres-libro dejó de ser ciencia-ficción en el espacio concentracionario soviético, tal como nos informa Nicolae Steinhardt en su diario. Resulta emocionante oírle contar cómo los presos se narraban unos a otros las mejores obras del siglo, allí donde no podían tener acceso a ellas; ni intra ni extramuros. El siglo XX ha confirmado con su realidad las peores alucinaciones de sus fabuladores.


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