16 julio 2012

Excelentísimo señor y amadísimo amigo:

En plan de amistad y por creer que pueden serle útiles, me atrevo a escribirle dándole algunas impresiones recibidas en el Congreso Internacional de los Jóvenes de Acción Católica que tuvo lugar en Roma y al que asistí presidiendo la delegación española y en mi visita "ad limina".


En el Congreso nos encontramos con la oposición manifiesta de varias naciones y con una maniobra dirigida a excluir a España del bureau internacional. Las naciones que más se distinguieron en ello fueron Francia, Bélgica e Inglaterra.


Tuvimos, por otra parte, el apoyo incondicional y entusiasta de casi todas las Repúblicas sudamericanas. Gracias a ellas, España fue elegida y con una votación muy lucida por cierto, miembro del bureau.


Lo que más daño me hizo de esta oposición fue que no se trataba exclusivamente de una cosa política, sino más bien de una cuestión doctrinal. No entienden nuestra posición católica, e incluso el Estado católico les parece contrario a la libertad y a la democracia, lo cual es más terrible en el aspecto religioso.


Pero tampoco será esto un secreto para V. que conoce las corrientes de muchos intelectuales católicos, particularmente en Francia. Por cierto que el Papa en el discurso que pronunció en la audiencia concedida a los miembros del Congreso hizo una alusión a esta desviación, condenándola.


Pero quería hablarle particularmente de la impresión que saqué en los círculos del Vaticano con respecto a nosotros.


A primera vista mi impresión fue pesimista. Por lo que me dijeron en las Embajadas y en el Colegio Español y por el recelo que yo noté en mis primeras visitas, llegué a creer que tampoco entendían nuestra posición y que también nos miraban con recelo.


Me dediqué por ello a hacer visitas -hice todas las que pude- hablando con sinceridad de nuestras cosas en incluso en la audiencia privada con el Papa, al darle cuenta de las cosas de mi Diócesis, aproveché para hablarle incluso de la votación del referéndum [de julio de 1947, sobre la Ley de Sucesión] en la zona industrial de mi Diócesis.


La consecuencia que he sacado es la siguiente: en el Vaticano se conoce lo que se hace en España y se aprecia; el Papa llegó  a afirmar que en las actuales circunstancias del mundo, su consuelo está en España; pero temen por la continuidad de ese estado de cosas. Recelan que esto pueda perderse todo y que la actual situación pueda desembocar en una revolución, si le pasase algo al Caudillo y por eso quisieran que en vida de este se diese mayor estabilidad al Estado para evitar este peligro. Y claro, esta posición ya es más razonable y se comprende fácilmente.


Dispénseme si me he metido en cosas que no son de mi incumbencia. Lo he hecho en plan de amistad; V. puede echar la carta al cesto de los papeles si la juzga improcedente y darla por no leída.


Lo bendice con todo afecto su s.s. y amigo


Vicente [Enrique y Tarancón], Obispo de Solsona.

[A Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, 17 de septiembre de 1947]

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