15 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (II)


Tal vez las palabras más famosas de san Juan en su Evangelio sean aquellas del prólogo que dicen: "y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Muchas veces he pensado que la España del Siglo de Oro tomó carne también, y lo hizo en la persona de un tal Miguel de Cervantes. En efecto: sería difícil encontrar una vida que, como la suya, refleje el itinerario de aquella España, desde el imperio en que no se ponía el sol y la conquista del Nuevo Mundo hasta la Invencible y el cansancio de "la carrera de la edad", que dijo Quevedo.
                                                     
Cervantes es el optimismo de la España imperial, que se come el mundo literalmente, que lucha en Lepanto, "la mayor ocasión que vieron los siglos", y se enorgullece de ello. La España de "un monarca, un imperio y una espada", según el famoso verso de Hernando de Acuña. Cervantes es, como su patria, guerrero y poeta, protagonista de un Renacimiento que tenía como objetivo hacer palidecer de envidia a los griegos y a los romanos, pues, entre otras cosas, ellos no descubrieron un nuevo mundo. Era una España, también, de caballeros andantes. Los españoles devoraban las novelas de caballerías y se veían superando a los lanzarotes, los tristanes y los amadises con sus hazañas en América. La toponimia de América ofrece ejemplos de este fervor caballeresco, como es el caso de California, por ejemplo. En realidad, España era, colectivamente, un caballero andante que iba a correr al rescate de la doncella en peligro. Doncella en peligro que no  era otra sino la catolicidad: la unidad cristiana medieval que había entrado en crisis. Y mientras en su nombre se abrían nuevos frentes en América, se combatía en Europa contra los jayanes y malandrines que querían destruirla.

Y luego, Cervantes es también el desengaño. Su propio "pase a la reserva", por así decir, viene seguido por el desastre de la Invencible (él mismo había tenido como oficio recaudar fondos para esta empresa): de aquella armada que iba a dar una batalla decisiva a favor de la doncella en peligro. Con ese desastre viene el desengaño: "no hallé nada en que poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte". La España del XVII está marcada por este desengaño, palabra que será muy repetida por todos los intelectuales de la época. El Barroco, en España, es el despertar de un sueño caballeresco que acaba tirado en una playa. Para Miguel de Cervantes, también, a partir de su rescate de Argel, empieza una vida oscura, de trabajos y de privaciones. Él es uno más de todos esos héroes que después de haberse dejado la piel por su patria se ven abandonados por ella cuando las cosas van mal. Hollywood nos los ha dado a conocer a propósito de Vietnam, pero existen en todas las épocas y en todos los países. Cervantes se ve en la cárcel, es excomulgado, su matrimonio fracasa. Es, una vez más, la viva imagen del imperio espiritual que soñaban los césares Carlos y Felipe, venido a pique con las naves que no habían ido a luchar contra los elementos. 


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