22 agosto 2012

La realidad virtual de don Quijote (VI)


“La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”
“Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.”
“Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos… Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño silencio, el sordo y confuso estruendo de estos árboles… Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más dificultosa que se muestra.”
Todo esto son pensamientos de idealista, aunque más que este de idealista soy partidario de utilizar el adjetivo magnánimo. Lo de idealista se presta a ambigüedades. Por cierto, que trabajando hace poco, en clase, con chicos en torno a los catorce años, el pasaje de los molinos, nos encontramos con esta pregunta del libro de texto: “Don Quijote es un loco, pero le mueven grandes ideales. Señala cómo se muestra esto en el texto”. En esta profesión nunca te curas de espanto, así que me dejó perplejo una pregunta de un alumno: “¿Qué quiere decir eso de grandes ideales?”... Bueno, es posible que dentro de poco haya que empezar a explicar el Quijote, y muchas otras cosas, diciendo que antiguamente había hombres para quienes la vida no tenía como objeto solamente meter y sacar cosas del cuerpo; quizá haya llegado ya ese momento. Pero creo que no es el caso de los que estamos aquí.
Volvamos al tema: Alonso Quijano, don Quijote, es, en efecto, con palabra que ha caído en desuso, un hombre magnánimo, es decir, de ánimo grande. Alguien que no se conforma si no hace de su vida algo por encima de lo común. Alguien a quien no le asustan, antes al contrario, las grandes empresas, las aventuras, y para quien su propia persona se halla en último lugar de sus intereses. En el cielo no hay almejas, como bien sabía Álvaro de Laiglesia, sino almas grandes, gente magnánima. Y aunque el mundo le niegue esas grandes empresas, él no decae en su ánimo: en medio de la noche se encuentran el caballero y su escudero con unos sonidos misteriosos. Don Quijote quiere emprender la aventura, pero Sancho está muerto de miedo y le ata las patas a Rocinante para que no se pueda mover; y allí pasan la noche. Cuando amanece, resulta que los ruidos misteriosos no eran más que el tamborileo de unos mazos de batán, de un molino para machacar telas. Y Sancho, en uno de los pasajes más desternillantes del libro, se burla de su amo parodiando sus mismas palabras: “Has de saber, amigo Sancho, que yo nací en esta edad de hierro…”. Pero don Quijote se defiende:
¿Paréceos a vos que si como estos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no habría yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa?
Y dice bien. Otras cosas le faltarían, pero ánimo no. El drama de don Quijote, vamos a verlo ya, es que se trata de una magnanimidad mal encauzada; una magnanimidad sacada de quicio; que, como diría Marcos Mundstock, no le acertaba bien al recipiente.
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