06 agosto 2013

Rendez-vous en negro


Uno tarda, y tarda mucho, en darse cuenta de que esta es la novela que inspiró La novia vestía de negro, no solo porque Truffaut cambia el sexo del protagonista y el resto de personajes y circunstancias, incluyendo el desenlace; sino porque el modo que tiene Woolrich de encadenar los acontecimientos te hace preguntarte qué está pasando, si el primer capítulo tiene unidad y si la tiene el primero con el segundo o este con el tercero... o es que los editores te están tomando el pelo. En eso, el formato electrónico es una ventaja, porque no caes en la tentación de leer la sinopsis de la contraportada, que disipa el encanto. Woolrich maneja con mano de maestro la elipsis, con igual destreza dosifica los datos, juega con el lector como lo haría un Hitchcock con sus espectadores... Bien es cierto que roza lo inverosímil y quizá haga más que rozarlo, pero el lector admite eso como parte del juego y lo sigue encantado. Importa poco que el protagonista reúna en sí los caracteres de un neurótico y de diez agentes de la CIA juntos, que le salga todo tan milimétricamente perfecto, o que el narrador recurra a un tono terrorífico y fatalista, sobre todo porque sabe compensarlo con otras secuencias de aire costumbrista donde se palpa una suave ironía contra costumbres y vicios intemporales.

Vamos, un thriller como Dios manda, quiero decir con auténtico talento narrativo. Genio, más bien. Tendría que remontarme al Tuareg de Alberto Vázquez-Figueroa para encontrar una novela que me mantuviese de tal modo pegado al asiento.

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