11 febrero 2014

Muerte en la escuela

Lo que más recuerdo de esta novela es el anís lactescente siciliano, con el que se emborracharon los chiquillos que asesinaron a su maestra. Curiosidad morbosa que sólo quedó satisfecha treinta años después, cuando me encontré en Palermo con un anís de sesenta grados que, en efecto, deja un poso lechoso.

Giorgio Scerbanenco ha escrito más que el Tostado, pero con este título basta para hacerse una idea de su novelística. Pulsa unos resortes muy vistos pero siempre eficaces: crímenes horrendos, polis duros, delincuentes más duros todavía, una visión tétrica de la sociedad que permite que esos monstruos crezcan en su seno. Los asesinos son aquí un grupo de escolares a cual más desesperado, de trece a veinte años, manejados hábilmente por un monstruo adulto. Una gran parte de la novela la constituyen los interrogatorios a estos chicos. "En un interrogatorio, quien acostumbra a perder es el que interroga, porque --a menos que no recurra a la fuerza física-- el interrogado camina plácidamente sobre las mentiras e invenciones y la ley no puede hacerle nada". Este desamparo de la ley es otro resorte eficaz; pero en este caso, al contrario de lo que sucede con Mickey Spillane o con las películas de Charles Bronson, no tiene el contrapunto del duro que da su merecido a los malos, bordeando la ley.


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