26 abril 2014

Se murió el tema 10


De los autores que uno explica con cierta extensión en clase, Gabriel García Márquez era probablemente el único vivo. Ahora ya no lo es. Era el ídolo de los universitarios de mi generación y resulta difícil decir hasta qué punto eso se debía a la literatura o a la política. Personalmente me alejé de esos autores desde que vi en la televisión una serie basada en novelas hispanoamericanas del XX, llamada Escrito en América, una cosa realmente soporífera.

Creo que si pudiéramos acercarnos a la cara de los personajes de García Márquez descubriríamos que tienen ojos de muerto. Es un mundo peculiar, sí, un mundo mágico, sí, y sé que a mucha gente le fascina, pero a mí me produce cierto repeluzno. El coronel es una especie de Sísifo sin pedrusco, mirando cada día el buzón, y los demás parecen actuar a fuerza de reflejos, sin sangre en las venas y, desde luego, sin el hilo de esperanza que es el motor de la citada narración. Tal vez el colombiano tuviera de Juan Rulfo y de su Pedro Páramo mucho más de lo que se ha dicho. De todos modos, tampoco puedo opinar mucho habiendo terminado sólo el Coronel y la Crónica (por cierto: si Borges no hubiera tenido a Eduardo Mallea, tal vez podría haberle aplicado a García Márquez su famosa ironía sobre aquel: "qué lindos títulos pone; es una lástima que tenga la costumbre de adjuntarles un libro"). De otras obras suyas, como los Cien años y la Candida Eréndira, me produjeron rechazo, qué le vamos a hacer, las frecuentes incursiones en el asunto venéreo. En efecto, estos seres sin sangre parecen conservar sólo la que pone en marcha el chimbo, que dicen en Colombia. Gabriel García Márquez o cómo fornican los zombis. Pero ya digo, esto es mi opinión a día de hoy y puede cambiar si Dios me da vida, larga vida.

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