29 julio 2014

La historia interminable


Un crítico decía de la película El gran Gatsby: "una sesión de fuegos artificiales de excesiva duración". Es justamente como yo definiría La historia interminable. La imaginación de Michael Ende es desbordante y uno se halla diciendo ¡oh!, ¡oh!, una y otra vez ante criaturas como Igramul el múltiple o Graograman, la muerte multicolor, y ante lugares como el desierto de colores o el monasterio de las estrellas. Pero a partir de un momento dado, y sin que cese la admiración, el paladar empieza a sentir empalago. Así que es fácil hacer guasitas con el título.

Y, sin embargo, la imaginación es la gran baza de un libro cuyos planteamientos no tienen nada de original: un niño tímido y acosado (como hoy se diría) por sus compañeros de colegio se refugia en los cuentos fantásticos y un buen día empieza a vivir esa aventura que siempre soñó, una aventura que a veces se presenta como alegoría del mundo: Bastian comprendió, dice el narrador en un momento dado, que no sólo Fantasía estaba enferma, sino también el mundo real. Ambos interaccionan a lo largo de la novela y el protagonista acaba transformado moralmente por su aventura.

Como de costumbre, el cine vino a suplir a la imaginación. Por lo poco que he visto, creo que lo hizo bastante bien.