05 agosto 2014

El club de los negocios raros


Basil Grant es una especie de Padre Brown que no resuelve casos policíacos, sino situaciones peregrinas que se le presentan una tras otra a él y al narrador Swinburne. Y, como sucede con las obras teatrales de Jardiel Poncela, esa resolución es a veces menos atractiva que las situaciones en sí. Me resulta un poco antipático, el tal Grant. Sobre todo por su tendencia a la carcajada y a sugerir que todos los demás son unos infelices que nadan en aguas superficiales sin calar en lo hondo de las personas y las situaciones. Es la voz del autor, supongo, y es un procedimiento que se ha utilizado otras veces (Pirandello, por ejemplo, creo que era en Uno, Nessuno e Centomila) con la idea de mostrarnos lo ingenuos que somos, pero con un aire de suficiencia que repele.

En este caso se trata de menospreciar los hechos a favor de la intuición a la hora de juzgar de un asunto cualquiera. Un anti Sherlock Holmes, vaya. La lógica, cuando se trata de seres humanos, no sirve de mucho, viene a decir Grant-Chesterton. Una obra muy de su época, por tanto, en la línea del surrealismo, de Ramón Gómez de la Serna o del propio Jardiel, y con un tono risueño que lo acerca más a los últimos que al primero.

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