21 agosto 2014

El diente y la uña


Bill S. Ballinger es un hacha con la técnica del contrapunto. La otra novela suya que conozco, Retrato de humo, utiliza este procedimiento y aquí, en El diente y la uña, puede decirse que la novela es el procedimiento. Sin él, habría perdido todo su encanto. De tal modo que aquí no nos preguntamos por la identidad del asesino, sino por la identidad de la propia víctima y del acusado. También es una incógnita si el acusado coincide con el asesino y lo sería también la propia existencia de un asesinato, si el narrador no nos hablara de él en el prólogo. Y todo ello se debe a la alternancia de dos líneas narrativas sin aparente conexión.

Los capítulos impares nos presentan un juicio con todas las características de los thrillers judiciales norteamericanos, con mucho protesto y dos letrados enfáticos tratando de seducir al jurado. Al parecer, un tipo ha matado a su sirviente y ha quemado el cadáver en el horno de su casa. En los pares, narrados en primera persona por su protagonista, tenemos a un ilusionista que conoce a una chica desamparada con un maletín que pesa lo suyo y sólo después de casarse con ella conoce lo que llevaba dentro. Las historias tardan en converger y no nos olemos la tostada (los incautos, por lo menos) hasta los últimos capítulos. En fin, un planteamiento y una resolución muy típicos de un tipo que hacía guiones para Alfred Hitchcock presenta.

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