23 noviembre 2014

Mariona Rebull


Se ha puesto mucho el acento en el carácter de crónica social, o de novela histórica, en todo caso en el documentalismo de esta novela. Yo creo que es igual de importante en ella el trazado de los personajes, en especial, por supuesto, de Mariona y Joaquín. Llueve mucho sobre mojado, es cierto, porque cuando acababa el siglo XIX eran ya todo un género las novelas de cuernos, en concreto de justificación de cuernos, o al menos de comprensión. Pero el cráter de la novela, el diálogo entre ambos cónyuges que culmina en ruptura, me parece una gran pieza psicológica. Lo más difícil en estos casos es penetrar en las razones de la mujer, porque el varón es siempre más primario; al menos creo que lo ha sido en este tipo de historias. A lo mejor está por llegar quien le haga justicia.

El caso es que Joaquín, creyendo arreglar las cosas, mete el remo hasta la empuñadura cuando le dice a Mariona: "no te voy a exigir que me quieras". Es justo lo que ella no quiere oír, lo que una mujer no quiere oír. Es tanto como admitir que para él su matrimonio es como una parte más de sus negocios, lo que ya había quedado bastante puesto de relieve a lo largo de la novela, a pesar de que Joaquín hubiera llegado a estar, en efecto, enamorado. Dentro de ese enamoramiento no entraba, en todo caso, el esfuerzo por comprender a su mujer. En todo caso, es un personaje, el de Joaquín, muy alejado del badanas de la película Un extraño en mi vida, que acabo de ver, también muy sutil en el análisis del eros femenino.

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