26 mayo 2017

¿Acaso no matan a los caballos?

Esta es una novela de terror, por cuanto resulta terrorífico que una persona se haga matar con la firme resolución de quien ve cerrados todos los caminos; como alguien a quien no se le concede ni se le va a conceder la más mínima oportunidad de hacer algo con su vida; alguien completamente descartado de su sociedad, como diría el Papa; sin miedo ni esperanza, según la vieja máxima. Y también sin nadie que pensase que era bueno que existiera, a pesar de todo,

La historia está narrada por el matarife, de modo circular; doblemente circular, podríamos decir, puesto que comienza con el juicio por asesinato y cada capítulo está encabezado por una de las frases protocolarias de la sentencia: “Que el acusado se ponga en pie”, “¿Hay algún motivo que impida dictar sentencia?”, “No habiendo motivo alguno que impida dictar sentencia...” Pero a la vez el asesino, que narra desde el banquillo, empieza su historia con el momento en que descerraja un tiro en la cabeza de Gloria, para después hacer su largo flashback, que se desarrolla en gran parte en esos maratones de baile a los que acudían los parias en los años de la depresión para divertir a los epulones ociosos, una especie de arcaico Gran hermano con la salvedad de que estos necesitaban realmente las perras. La película que hicieron sobre la novela la titularon en España Danzad, danzad, malditos, quizá porque el original era demasiado fuerte en un momento en que esas cosas se cuidaban.

Horace McCoy hizo causa de novelar la gran depresión, ya que muchas de sus obras se desarrollan en ese contexto, siempre con sus víctimas como protagonistas. En el tomo de “Club del Misterio” (?) en que leí esta iba también I should have stayed home, que titularon Luces de Hollywood enmascarando ese desesperanzado Debí quedarme en casa, muy expresivo del mundo novelesco del autor. No nos vendría mal alguien con talento para novelar la existencia de los descartados de hoy. 

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