14 mayo 2017

La ventana daba al río

La guerra: “Usted la lleva puesta, amigo. Es usted joven, ama a su Patria [sic], tiene fe en algo, probablemente le gusta el peligro y no habrá poder humano que le detenga. Y si existe algún poder por encima del poder humano, usted gana, porque ese cae de su parte. Tranquilícese, tendrá usted su dosis de heroísmo, quién lo duda…”

Este podría ser el retrato de todos los protagonistas de Rafael García Serrano y también del narrador que está detrás de ellos. Convencidos de que Dios está de su parte, no se plantean dudas a la hora de disparar ni de morir, tampoco a la hora de descalificar al adversario con los más duros epítetos, pero lejos de parecer unas bestias fanáticas inspiran simpatía por su capacidad de enamorarse y de darlo todo por el camarada (“yo tenía un camarada…”). Incluso el enemigo, si se bate bien, es visto con buenos ojos.

En esta entrega de la “Ópera Carrasclás” se confrontan dos actores colectivos que no son los nacionales y los rojos, sino los combatientes españoles y los curiosos que desde Francia acudían a contemplar la contienda, bien parapetados tras las ventanas de los hoteles fronterizos. Porque, al parecer, tal cosa era factible. Dentro de este segundo universo, compuesto de gente frívola y degenerada, hay sin embargo una donna angelicata, una Michele (sic, aunque creo que en francés va con dos eles) que cual Beatriz acompaña al protagonista, Alberto (nombre de novela rosa, pequeño fallo), hasta la línea de su amada patria en guerra, para que pueda incorporarse a las filas nacionales. Contar esta historia sin una mano maestra habría significado caer en la ñoñez más impresentable. Por fortuna, estamos ante el García Serrano de siempre, con su narrativa recia, salpicada de humor, con la metáfora justa y el coloquialismo bien plantado. No será la mejor de las suyas, pero qué buenos ratos.

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