11 mayo 2017

Cuando nos prohibieron ser mujeres

¿Leer un libro que afirma aquello de lo que ya estás convencido? Pues sí, es un ejercicio de relax, es como una ducha reconfortante. Sobre todo cuando compruebas con placer que no estás solo viendo al rey desnudo, que no todos son unos chiflados que ven rebaños de ovejas en unos ejércitos al galope. En fin, que me lo he pasado en grande leyendo a la autora proscrita de moda. Temía yo que fuese el típico libro bienintencionado pero regularmente escrito e hinchado con textos de las leyes de género que funcionan aquí y allá. No hay tal. Implacable en su exposición ordenada del tema y con una expresión tan correcta como mordaz, Alicia Rubio repasa una a una todas las manifestaciones de esa desquiciada antropología que quiere imponerse con exclusividad haciendo frente a la evidencia. Efectivamente, no es solo el intento de normalizar las relaciones homosexuales equiparándolas al matrimonio, o el destruir el sexo natural convirtiéndolo en un arbitrario género que uno elige a voluntad. Forman parte de esta construcción ideológica las campañas que tratan de forzar la igualdad hombre/mujer más allá de lo que les es común, su humanidad; el concepto de violencia de género, que no hace sino ahondar en el mal que dice combatir; el adoctrinamiento sexual de los escolares y la cuidadosa separación entre sexo y reproducción, con la promoción del aborto hasta el punto de reprimir la difusión de alternativas. La documentación de la autora es notable pero no la exhibe con citas enojosas a pie de página sino que la integra en un discurso fluido. Interesantes también los lemas que encabezan cada capítulo, donde se dan cita Hesíodo, Chesterton, Camus, Mark Twain, Orwell, Lincoln y muchos otros, incluido alguno tan olvidado como José Bergamín, lo que muestra que estamos ante una persona culta y nada bisoña en esto de la escritura, aunque su especialidad sea la Educación Física. Solo le pondría dos pegas, una de contenido y otra de forma: la argumentación quizá excesivamente biológica, que insiste en la semejanza del ser humano con el chimpancé y su diferencia con el bonobo (mono al parecer muy promiscuo), y el abuso de las comillas cuando emplea algún término coloquial o figurado: denota inseguridad.

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